Una visita Mágica


Prof. de Pract. del Lenguaje y lit.

 

Sábado 23 de junio; justo en mi cumpleaños. Es mediodía, y el sol se derrama sobre la Plaza Lavalle. Pero nosotros no nos dedicamos a él. Cruzamos la calle y, resueltos, nos sumergimos en la luz nocturna del “Pasaje de carruajes” (¡qué nombre con resonancias de cuento de hadas!), desde donde se entra a la visita guiada por el Teatro Colón.

Puntual, la guía nos espera y nos conduce por el interior del teatro. Va explicando las cuestiones más significativas de cada sitio: su historia, los materiales que se usaron en su construcción, o detalles de interpretación que tal vez podrían pasar inadvertidos… En algunos momentos, con diálogo pedagógico, nos permite deducir a nosotros el porqué de ciertas particularidades; en otros, sabiendo que sus visitantes somos docentes, nos señala cuestiones que quizá no le interesarían a otro tipo de público. Y describe y narra, y nos ayuda a imaginar: vemos los espejos del Salón Dorado reflejando infinitamente ya no nuestras imágenes de hoy, sino las joyas de las damas, el luminoso champagne de copas, y el humo de los cigarros que imita los arabescos de las columnas. Sentimos el murmullo de los vestidos acariciando las alfombras y el pudor de las viudas que poblaban los palcos cerrados… Porque, desde que entramos, el Colón nos atrapó con su magia: el mundo ordinario quedó atrás, y ahora habitamos un lugar sin tiempo, en donde todo puede suceder.

Y sucede.

De pronto, en medio de la explicación acerca de los músicos que decoran el Salón de los Bustos, la guía comienza a cantar: una voz límpida, clara y afinada, que nos trae a la memoria las melodías más conocidas de algunos compositores. Sonidos que creíamos olvidados nos sorprenden; el canto y la música multiplican el hechizo de la arquitectura y la decoración.

Ahí también se develó otro misterio: que nuestra guía se llama Marina di Marco de Grossi, que es licenciada en Letras (a quien algunos de ustedes quizá conocieron dando un TAIN sobre poesía y libro álbum el año pasado), que integró durante varios años el Coro de Niños del Colón. Y que es mi hija.

Y hay más: Marina nos invita a abrir un telón para entrar en la sala principal del teatro. El inmenso recinto está totalmente iluminado, y frente a nosotros, en el escenario, ¡un bosque!

Impresionados, entramos y nos sentamos en las butacas de la platea para ver todo lo posible y escuchar las últimas explicaciones. No deja de asombrarnos el Teatro; la espectacular araña, la cúpula de Soldi, la suave calidez de los tapizados y cortinados, la acústica de la que el mundo entero habla…

Y cuando nos vamos (casi sin ganas, debo confesarlo: uno se quedaría ahí, viviendo ese ensueño), la guía dice algo que no llego a captar. Y, repentinamente, ¡los colegas y alumnos me cantan el “Feliz cumpleaños” en el auditorio principal del Teatro Colón! Así, gracias a toda esa magia, recibí uno de los mejores regalos de toda mi vida.